9.1.09

2. El anillo azul pacífico

Había estado en el Pacífico ya.
Había respirado su vapor, su bruma. Me había bañado entre sus poderosas corrientes. Había admirado el vuelo preciso de los pelícanos a centímetros de las olas, sobre el magnífico azul verdoso del agua. Había oído su atronador empuje sobre los acantilados, mientras el sol se acomodaba lentamente en su cuna infinita.

Pero esta vez me sentí más pequeño ante él.

Casi insignificante.

...

Como digo, no era la primera vez que visitaba el Pacífico. En otra ocasión que lo hice, traje conmigo un anillo mágico.
Un diablo me lo concedió, por demostrarle que creía en su poder. Entré en una vieja cabaña mexicana, atraído por un murmullo de música tradicional. La estancia estaba llena de máscaras, esqueletos y otros objetos de artesanía popular mexicana. Pronto oí una voz a mi lado, pero no había nadie conmigo. La voz me susurró al oído que, de todas las máscaras que había en la estancia, y había más de cien, tenía que decirle cuál era la que representaba a su espíritu, pues era un diablo allí representado. Si acertaba, su miembro burlón me entregaría “un amuleto bien poderoso”.

Eché un vistazo a toda la colección... Me tomé mi tiempo, y señalé la que estaba convencido era la que representaba la voz que me hablaba. No hubo respuesta, así que me acerqué, subiendo una silla, pues estaba en la parte alta de la pared, y vi, dentro de la ola que hacía su lengua burlona, un anillo.

Era un anillo azul pacífico, con filigranas doradas que dibujaban un corazón desprendiendo energía, una cruz, un sol... Unas pequeñas flores de colores acababan por decorar el humilde aro de metal.

Ten cuidado, me advirtió la voz: con cada deseo, viene una maldición.

Curiosamente, ese anillo me hizo emprender un largo y tortuoso viaje, que acabó al mismo tiempo que la tristeza del alma de la muerte me abrió los ojos.

Hoy, el anillo, descansa en el lecho de un río.