26.5.09

15. Noche

Temí por los disparos amortiguados en olas.
Temí por las huellas sonoras del tránsito indeseable.
En mitad de la noche, temí por mi alma.
Fantasmas invisibles corrían pisoteando las viejas maderas del techo como me habían susurrado los viejos del lugar.

-Las trincheras están hechas de barro, y el barro se deshace bajo la lluvia, hijo.-

-Jamás corras delante de ellos, pues no hay dirección correcta para huir.-

En mitad de la noche, temí porque la luna no volviera a salir.
Otro disparo, otro paso, otro mal sueño sin salida.
En mitad de la noche, temí porque no volviera a amanecer.
Cien deseos dejé de pedir, pues mi orgullo me lo impedía.
Mil cuervos graznando sitiaron mi conciencia bajo la sombra de sus alas.

La noche, una vez más, me lavaba la cara.

18.3.09

14. La máquina del diablo

La rueda de la rutina en nuestras miserables vidas tiene grandes palas que horadan nuestras vivencias sobrehumanas, para dejarnos, una vez más, zombis.

Lucho cada día para que esas palas no me alcancen, o no lo hagan con toda su fuerza.

Hay que mantener las sensaciones, hay que alimentar las experiencias, hay que pensar el siguiente paso.

La rueda se mueve impulsada por una enorme y poderosa maquinaria, que me hace correr en una dirección que no es la mía.

Pero fuera del camino las dudas de la inexperiencia me rodean, y, desde lejos, la máquina brilla metálica y diabólicamente. La rueda parece acunar los sueños desde la distancia, siendo que, cuando estoy bajo ella, veo como los lanza al aire, a la negra noche, a la distancia.

Es una máquina creada por el lado oscuro, sin duda.

Y no vale cerrar los ojos. No para mí.

11.3.09

13. ¿Llovió? - Sí, mucho

Será la lluvia, que frena las palabras y los pensamientos.
Será la lluvia que diluye, en cada gota, la realidad.
Y en cada gota se estrella un alma contra el suelo, rompiéndose en diminutos fragmentos, vaporizándose ante la mirada atónita del melancólico, que no hace sino intentar volver a unir sus recuerdos, mientras el agua borra su mirada ausente, que ya no ve, ni conoce esa realidad.

Huele a tierra mojada y a recuerdo de infancia.

Truena.

3.3.09

12. El fino hilo que sujeta la Luna

La muerte, sin duda, es la vuelta.
Y más, ciertamente, en algunas ocasiones.
Esta fue una de esas.
Aunque realmente no encontraba un hilo conductor al principio, él solo fue brotando con la sucesión de acontecimientos que, agazapados, supieron esperar el momento de embestir.

Y así quedé vapuleado, tirado, arrastrado, pateado.
Quedé, pese a todo, inmóvil, contemplando como ocurría lo que ocurría.
Cómo un río embalsado durante años corría al fin libre, destrozando la presa que antaño intentó obtener un sólo fruto de él.

Muerte vacía y oscura. Muerte a traición.

Del cielo al infierno.
Y del infierno a la introspección. Más todavía.
Y ahí estaba el principio del hilo.

Y comenzar a tirar… Y entonces resurgir, rebrotar, encender el mayor fuego jamás conocido por la Humanidad. La gran hoguera de la energía vital. La supernova del alma. La gran composición sideral.
La llama de la vida tras la vida.
El grito en el silencio de la negra noche.
La explosión de estrellas en ese grito.
El enmudecer bajo esa explosión. El enmudecer y aguantar la respiración, pues lo que viene a continuación me sobrecoge.

25.2.09

11. Larga distancia

Una noche, en el refugio, comenzó a sonar el teléfono. Sonaba y sonaba… Lo oía desde la habitación de cuatro literas donde dormíamos. La curiosidad me pudo y me levanté con cuidado de no despertar a nadie. Salí de la habitación y recorrí descalzo el espacio común que llevaba hasta la recepción. Allí estaba el aparato, sonando sin descanso. Me acerqué, descolgué casi a cámara lenta y dije: sí?
Sentí un agradable calor durante unos instantes, un suave y casi sensual susurro me precipitaba hasta mi hogar. Me trasladé mentalmente hasta allí, sintiendo cerca todo aquello que echaba de menos… Pero el susurro se fue alejando poco a poco, desvaneciéndose en el tiempo, hasta que la línea quedó completamente muda y fría, helándome la sangre.

Un lobo aúlla a la muerte, una vez más.

18.2.09

10. Danzando (II)

En la selva, el decorado se mueve según la destreza de cada cual. Tus ojos, vagos y mal acostumbrados, no ven más allá del primer árbol. Tus pies tropiezan con raíces, lianas, se hunden en el barro y el miedo a las serpientes te hace dudar. Los sonidos son guía y alarma de futuro, y los ríos que cruzas intentan arrancar tu pasado. Avanzas más rápido en tu interior que en la jungla.

Esa noche me vi desde los ojos de un puma que, aún sabiéndome presa fácil, dejó que volviera sano y salvo a mi refugio.

10.2.09

9. Danzando (I)

Un aullido me despertó.
Al principio no me situaba... El techo, alto y de madera, se movía ligeramente.
Estaba en una hamaca colgada de dos grandes troncos.
Oí de nuevo el aullido.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pese al calor.
La estancia donde estaba no tenía puertas, no tenía ni siquiera paredes. Era prácticamente un techo en medio de la selva.
Me levanté y caminé despacio hasta donde las lámparas de gas alumbraban. Fuera, la negra noche y sus mil acechantes sonidos.
Volví a la hamaca y me acosté.
Cerré los ojos y, mentalmente, corrí en la oscuridad. Corrí sorteando árboles, lianas, animales… Corrí hasta llegar al claro de la cascada.
La luna iluminaba el pequeño remanso de agua y la catarata danzaba en cámara lenta delante de mí.
Una sombra se movió al otro lado.

4.2.09

8. Blue

Despierto...
Levanto mi cabeza y escudriño, una vez más, el escenario que me rodea.
La luz empieza a proporcionar profundidad. Tonos que van del negro al azul oscuro van aclarando la madrugada poco a poco.
Unos cuantos cadáveres de tortugas son devorados por alimañas carroñeras. Nidos violados, huevos rotos.
La muerte, en azul, me mira a los ojos.
El mar parece otro. Distingo desde la espuma que llega a pocos metros de mí, hasta donde ahora rompe con el cielo, allí, a lo lejos.
No hay espíritus, no hay miedo.
Sólo soledad.
Vacío.
Un gran vacío lleno de dudas.
Un gran vacío tintado de muerte y tristeza azul.

29.1.09

7. Oscuridad (IV)

Vuelvo a mirar a la masa de agua que ahora se contiene, pero que me sigue provocando cierto recelo. De pronto, una sombra aparece en ella, cerca de la orilla. Intento distinguir, pero me es imposible ver con detalle.
Hago un esfuerzo sobrehumano y me levanto. Necesito ir a ver que es. Me acerco tambaleándome y entonces, cuando la sombra ya está tocando la arena, me percato de que se trata de una enorme tortuga saliendo pesadamente del agua. Comienza a subir muy lentamente por la pendiente de la orilla, buscando arena seca. Se para, respira, coge aliento y sigue. Me parece algo prodigioso. Unos cuantos pasos más. Otra parada para recuperar fuerzas. Y de nuevo a arrastrar su pesado cuerpo por la playa.

No sé si reconoce mi presencia o si le molesto. Por si fuera así, me quedo a una distancia prudencial. La observo en ese esfuerzo inconmensurable de salir de su medio para desovar.

Al llegar a cierto lugar, empieza a cavar con sus aletas. Primero bruscamente, luego, ya sólo con las aletas traseras, con mucha más delicadeza, sacando la arena despacio y depositándola a un lado.

Miro sus ojos. Las lágrimas le brotan para humedecer sus ojos, y eliminar el exceso de sal.
Miro esos ojos, más oscuros que la propia noche, y reconozco una pesadilla propia. Un sufrimiento casi perdido en las profundidades de mi corazón.

Retiro mi mirada, va a hacer la puesta y no quiero estar presente.

Miro a o largo de la orilla y descubro otra sombra llegando. Otra tortuga. Y otra más allá. Me acerco sutilmente a una de las recién llegadas. Me agacho a su lado y le miro a los ojos. Otra imagen mal enterrada se sacude y sale a mi encuentro. Otro mal recuerdo. Voy una tras otra, mirando a sus ojos. Cada tortuga me muestra una pesadilla, un fracaso, un temor…Cada tortuga me muestra un camino abandonado, una casa en ruinas, una noche sin luna. Como esta.

No sé cuánto tiempo estuve caminando por la playa buscando tortugas, buscando en cada una y en todas mi mar de dudas, mi noche de temor, mi abismo.

No sé cuanto tiempo, digo, antes de caer rendido de nuevo, sobre la arena.

22.1.09

6. Oscuridad (III)

Despierto y el mar está en calma. Se ven las estrellas, y sólo con su luz soy capaz de adivinar el ahora tranquilizador paisaje. La playa se extiende de selva a mar hasta apagarse a lo lejos. El agua acuna el reflejo de las estrellas.

Me intento incorporar, pero no puedo ponerme en pie. Sentado, intento que el aturdimiento comience a remitir. Miro a lo lejos. En el horizonte, cielo y mar se funden en una tenebrosa e indefinida línea final. Sólo una suave brisa me recuerda que estoy despierto. Sólo el olor a sal me despeja la mente.

Pienso en lo sucedido, miro despacio a mi alrededor…Cada grano de arena, cada minúscula duna. Me imagino ser un pequeño insecto en ese desierto de arena. Estar perdido en la nada, buscando señales para llegar a… Donde quiera que haya que llegar. Mi mente se pierde en la soledad de ese desierto en miniatura. Se pierde y queda, por unos momentos, en una paz absoluta.

19.1.09

5. Oscuridad (II)

El mar sigue enviando andanadas de olas que me sobrecogen. El estruendo de las montañas de agua que rompen a pocos metros de mí, como para demostrar la poderosa fuerza que contienen, me aturde. El viento sopla desde el mar, enviándome litros de espuma que los espíritus levantan en su diabólica danza nocturna sobre las revueltas aguas.
Más ruido, más fuerte, más cerca. Mi corazón va a estallar. Mi cabeza se bloquea.
Me mareo, no puedo más.
Cierro los ojos.
Y caigo.

15.1.09

4. Oscuridad (I)

El mar brama a lo lejos. No lo veo, pero lo oigo y lo siento golpear contra mi alma.

La noche es negra como la peor de las pesadillas y huele a hiel. Dormimos en tiendas de dos personas. Un espacio cada vez más angosto que sólo invita a gritar.

No hace calor, de hecho, el frío aliento del miedo me produce algún temblor. Todos duermen, ajenos a la bestia que se acerca. Sólo yo la siento, sólo yo la acaricio en mis pensamientos más oscuros.

No aguanto más, he de salir. Me incorporo poco a poco, no quiero despertar a ningún inocente. Abro lentamente las cremalleras de la tienda y salgo. Me pongo las húmedas botas y, tras un momento de escucha, comienzo a caminar, rumbo a la playa.

La oscuridad parece eterna. Nunca volverá a amanecer, nunca el día nos protegerá de los fantasmas de la noche.

Camino, decidido, aunque sin saber muy bien a dónde. Hacia ese incansable golpear las puertas del infierno, hacia esos pulsos inmortales del señor de los mares. No hay luna, no hay estrellas. Avanzo a ciegas, guiado por el sonido de la furia, que supera ahora ya a los martilleantes latidos de mi corazón.

Me detengo al fin. Ahí está el mar. No hay luz, pero se ve. Los brillos de los espíritus dejan su rastro en él. Acarician sutilmente su húmeda piel, sus enormes olas, sus crestas, su espuma. Ahí está el más grande de los océanos, sólo un poco menos negro que la noche que nos envuelve. Aquí estamos, pienso, y me preparo para enfrentarme con la llamada que me ha traído hasta aquí.

13.1.09

3. Despojos

Un buen amigo mío partió a un viaje diciendo que los pantalones que llevaba puestos no volverían. Eran unos viejos pantalones vaqueros llenos de agujeros y pensaba tirarlos cuando estuvieran sucios y totalmente maltrechos. Por cariño o pragmatismo, mi amigo acabó el viaje sin tirar los pantalones. Los lavó en algún paraje de su periplo y los volvió a usar. Tanto es así, que los llevaba puestos el día de su vuelta. Al llegar al aeropuerto de destino su equipaje no apareció. Así que se encontró con que los pantalones que pensaba tirar durante el viaje eran los únicos que habían vuelto a casa.

A veces nunca abandonas aquello que pretendes dejar allende los mares, y otras, te desprendes de lo que nunca te imaginabas.

9.1.09

2. El anillo azul pacífico

Había estado en el Pacífico ya.
Había respirado su vapor, su bruma. Me había bañado entre sus poderosas corrientes. Había admirado el vuelo preciso de los pelícanos a centímetros de las olas, sobre el magnífico azul verdoso del agua. Había oído su atronador empuje sobre los acantilados, mientras el sol se acomodaba lentamente en su cuna infinita.

Pero esta vez me sentí más pequeño ante él.

Casi insignificante.

...

Como digo, no era la primera vez que visitaba el Pacífico. En otra ocasión que lo hice, traje conmigo un anillo mágico.
Un diablo me lo concedió, por demostrarle que creía en su poder. Entré en una vieja cabaña mexicana, atraído por un murmullo de música tradicional. La estancia estaba llena de máscaras, esqueletos y otros objetos de artesanía popular mexicana. Pronto oí una voz a mi lado, pero no había nadie conmigo. La voz me susurró al oído que, de todas las máscaras que había en la estancia, y había más de cien, tenía que decirle cuál era la que representaba a su espíritu, pues era un diablo allí representado. Si acertaba, su miembro burlón me entregaría “un amuleto bien poderoso”.

Eché un vistazo a toda la colección... Me tomé mi tiempo, y señalé la que estaba convencido era la que representaba la voz que me hablaba. No hubo respuesta, así que me acerqué, subiendo una silla, pues estaba en la parte alta de la pared, y vi, dentro de la ola que hacía su lengua burlona, un anillo.

Era un anillo azul pacífico, con filigranas doradas que dibujaban un corazón desprendiendo energía, una cruz, un sol... Unas pequeñas flores de colores acababan por decorar el humilde aro de metal.

Ten cuidado, me advirtió la voz: con cada deseo, viene una maldición.

Curiosamente, ese anillo me hizo emprender un largo y tortuoso viaje, que acabó al mismo tiempo que la tristeza del alma de la muerte me abrió los ojos.

Hoy, el anillo, descansa en el lecho de un río.

8.1.09

1. el fin: el principio



El principio de un viaje es completamente diferente a su fin.

Y su fin, puede ser el principio de algo nuevo.

Siempre que un viaje acaba, comienza otro.

Esta es la historia de como un viaje aparentemente normal, cambió mi modo de contemplar el Universo.