Un buen amigo mío partió a un viaje diciendo que los pantalones que llevaba puestos no volverían. Eran unos viejos pantalones vaqueros llenos de agujeros y pensaba tirarlos cuando estuvieran sucios y totalmente maltrechos. Por cariño o pragmatismo, mi amigo acabó el viaje sin tirar los pantalones. Los lavó en algún paraje de su periplo y los volvió a usar. Tanto es así, que los llevaba puestos el día de su vuelta. Al llegar al aeropuerto de destino su equipaje no apareció. Así que se encontró con que los pantalones que pensaba tirar durante el viaje eran los únicos que habían vuelto a casa.
A veces nunca abandonas aquello que pretendes dejar allende los mares, y otras, te desprendes de lo que nunca te imaginabas.