29.1.09

7. Oscuridad (IV)

Vuelvo a mirar a la masa de agua que ahora se contiene, pero que me sigue provocando cierto recelo. De pronto, una sombra aparece en ella, cerca de la orilla. Intento distinguir, pero me es imposible ver con detalle.
Hago un esfuerzo sobrehumano y me levanto. Necesito ir a ver que es. Me acerco tambaleándome y entonces, cuando la sombra ya está tocando la arena, me percato de que se trata de una enorme tortuga saliendo pesadamente del agua. Comienza a subir muy lentamente por la pendiente de la orilla, buscando arena seca. Se para, respira, coge aliento y sigue. Me parece algo prodigioso. Unos cuantos pasos más. Otra parada para recuperar fuerzas. Y de nuevo a arrastrar su pesado cuerpo por la playa.

No sé si reconoce mi presencia o si le molesto. Por si fuera así, me quedo a una distancia prudencial. La observo en ese esfuerzo inconmensurable de salir de su medio para desovar.

Al llegar a cierto lugar, empieza a cavar con sus aletas. Primero bruscamente, luego, ya sólo con las aletas traseras, con mucha más delicadeza, sacando la arena despacio y depositándola a un lado.

Miro sus ojos. Las lágrimas le brotan para humedecer sus ojos, y eliminar el exceso de sal.
Miro esos ojos, más oscuros que la propia noche, y reconozco una pesadilla propia. Un sufrimiento casi perdido en las profundidades de mi corazón.

Retiro mi mirada, va a hacer la puesta y no quiero estar presente.

Miro a o largo de la orilla y descubro otra sombra llegando. Otra tortuga. Y otra más allá. Me acerco sutilmente a una de las recién llegadas. Me agacho a su lado y le miro a los ojos. Otra imagen mal enterrada se sacude y sale a mi encuentro. Otro mal recuerdo. Voy una tras otra, mirando a sus ojos. Cada tortuga me muestra una pesadilla, un fracaso, un temor…Cada tortuga me muestra un camino abandonado, una casa en ruinas, una noche sin luna. Como esta.

No sé cuánto tiempo estuve caminando por la playa buscando tortugas, buscando en cada una y en todas mi mar de dudas, mi noche de temor, mi abismo.

No sé cuanto tiempo, digo, antes de caer rendido de nuevo, sobre la arena.